sábado, febrero 11, 2006

2006: el año Mozart

Territorio Sonoro


Este 27 de enero del 2006, se cumplieron 250 años del nacimiento de uno de los grandes genios de la historia, y es importante desempolvar algunas ideas que con el tiempo y la popularidad han ido perdiendo su significado. Es un hecho que la música de Wolfgang Amadeus Mozart está llena de belleza, virtuosismo, agilidad, sorpresa y, sobre todo, felicidad.

Son adjetivos que llevan un buen rato clonándose en la radio, en los pasillos de las salas de concierto, en programas de televisión y en la crítica.
Pero estas ideas se quedan cortas para acercarse a una personalidad compleja, con sus circunstancias, con su dolor y sus anhelos, elementos que dejan una huella imborrable en cada una de las miles de notas que el compositor escribió.
Referirse a la música de Mozart únicamente como "bonita" y dejar de lado su carácter expresivo -donde conviven lo patológico y lo sublime-, es como comerse únicamente el betún del pastel, ignorando la sustancia. Y es que, es cierto, la mayor parte de la música de Mozart contiene frases festivas y claras para quienes la escuchamos; además de pasajes divertidos y virtuosos para quienes la ejecutan.
Pero detrás de esa festividad aparente, propia de la estética musical del periodo clásico y exigida por un público aristocrático ingrato, podemos escuchar muy sutilmente el espíritu de un compositor cuya difícil vida quedó plasmada de manera velada en su obra.
A estas alturas de la historia sobra insistir en que el artista siempre es producto de su época, con sus leyes de producción, con sus principios estéticos, su público.
Por lo mismo, hacer juicios sin considerar el momento histórico del artista, es limitado.
Mozart nace en 1756, en pleno periodo clásico, en donde la producción artística está controlada por la aristocracia y donde la búsqueda estética se basa en la claridad, la objetividad y la universalidad.
Esto está reflejado claramente en la música de Mozart y sus contemporáneos, con sus insistentes repeticiones de frases tan perceptibles que parecen estar iluminadas por reflectores, con sus melodías tan gestuales, elementos que sólo aparecen exaltados a tal escala en el periodo clásico.
Y es por estos elementos que algunos críticos, músicos y alguna parte del público en general critica a Mozart.
Afirman que el artista nacido enSalzburgo es superficial, por permanecer durante un enorme porcentaje de su obra en arquitecturas musicales que enfatizan la repetición y que reprimen la expresión profunda del compositor, buscando más el alcance hacia el público que el alcance hacia el alma.
Pero, por otra parte, se puede cambiar el enfoque hacia Mozart, compositor con una serie de conflictos internos que le llevaron a ser tan frágil que se abandonó por el público vienés.
En cualquier biografía sobre el compositor austriaco se puede leer cómo Mozart sufría buscando la aceptación de la aristocracia, en particular la vienesa, la cual, como a todos los músicos de la época, trataba como a un sirviente más.
Sumado a esto, Mozart era un hombre necesitado de afecto -Constanza, su esposa, llegó a escribir una carta donde afirma que ama al genio, no al hombre detrás de Mozart- y lo pedía tanto a amigos como a su mujer.
¿Cómo pensar que cuestiones tan profundas como éstas no estén presentes en su obra?
Si se escucha con detenimiento, se puede vislumbrar una vastedad interior hasta en la música aparentemente alegre, donde Mozart es capaz de ir de la risa a la melancolía con una agilidad extraordinaria.
Además, su mérito es lograr esto en un contexto en el cual el fin no era su expresión interior, sino su público.
Wolfgang Amadeus Mozart logró que la profundidad de su música permaneciera velada, reluciendo en ciertos momentos que impregnan al todo.
La profundidad está ahí, pero encubierta y tímida.
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