Itinerario Político
Ricardo Alemán
25 de abril de 2007
Los miles de opositores al aborto que esperaban movilizar los grupos conservadores no aparecieron por ningún lado
La batalla contra el aborto en México, solía decir el sacerdote diocesano Antonio Roqueñí -recientemente fallecido-, "es una batalla perdida". Y no se refería al fenómeno cuantitativo de una izquierda que gobernó desde 1997 el DF y que alcanzó y mantuvo una mayoría legislativa. No, se refería a la batalla cultural, a la realidad cualitativa del aborto, para cuya proliferación clandestina la iglesia católica no tenía respuestas.
Y es que no es ninguna novedad que una mayoría del PRD y el PRI en la Asamblea Legislativa aprobaran anoche la despenalización del aborto en el Código Penal del DF. Ese era un triunfo político de la izquierda y del PRI, anunciado desde el momento en que fue presentada la iniciativa de reforma, porque sin ninguna dificultad los dos partidos lograron una mayoría que, nos guste o no, legitimó la enmienda.
Lo novedoso, en todo caso, es la escasa respuesta social, de movilización y protesta que convocaron los grupos conservadores, los "pro-vida" -especialmente el PAN y la iglesia católica-, que en el fondo no lograron oponer ninguna resistencia real, tanto en el debate previo como en las movilizaciones durante la aprobación del dictamen, discusión y aprobación de la reforma. Y más aún, es muy probable que esa notoria desmovilización se agudice en las etapas siguientes, es decir, en la controversia constitucional y el reclamo para que los médicos rechacen el aborto en conciencia.
Los miles de opositores al aborto que esperaban movilizar la Iglesia católica y los grupos conservadores, incluido el PAN -en las convocatorias de los pasados sábado y domingo, y ayer martes que se discutió y aprobó el dictamen-, no aparecieron por ningún lado, y en su lugar se vieron grupos reducidos de personas que de manera tímida mostraban carteles y lanzaban consignas. Una realidad que no correspondió a las expectativas mediáticas de polarización y choque entre las posturas irreductibles de los "pro-vida" y los "pro-elección".
En el fondo pareciera que asistimos a un fenómeno mediático más que a una reacción social, en donde los grupos conservadores -empresarios, iglesias y el PAN- creyeron que se vivía una reedición de la polarización social desatada con motivo de la elección presidencial de 2006, y decidieron recurrir al recurso mediático fácil de la descalificación y el miedo. Y no se hizo esperar el resultado: la Secretaría de Gobernación reconoció que el vocero de la Arquidiócesis Primada de México, Hugo Valdemar, "se excedió" en su proselitismo contra el aborto.
Pero no fue todo. La Suprema Corte de Justicia reclamó sacar del aire un spot en donde el PAN engaña a los ciudadanos sobre el papel de los jueces en el caso del aborto y, por si hiciera falta, altos jerarcas católicos amenazaron con la "excomunión" para los diputados que aprueben la despenalización del aborto, y para aquellos que la acepten. En pocas palabras, se amenazó con excomulgar a por lo menos la mitad de los capitalinos.
Y no es que el tema no haya interesado a los capitalinos -que por cierto, desde 1997, votan en forma mayoritaria por los candidatos de la izquierda institucional, por el PRD-, sino que al parecer fueron escépticos y acaso impermeables a un discurso viejo de los grupos conservadores, de la Iglesia católica y de la extrema derecha. En el fondo, la escasa respuesta para oponerse a la despenalización del aborto, en tanto propuesta apoyada y promovida por el PRD, no fue más que la ratificación del voto ciudadano a favor de esa tendencia política. ¿Cuántos de quienes votaron por candidatos del PRD el pasado 2 de julio estaban dispuestos a protestar contra la despenalización del aborto, también promovida por el PRD? ¿Cuántos de los que hoy rechazan la despenalización del aborto volverán a votar por el PRD?
La "batalla perdida" a la que se refería hace años el sacerdote Antonio Roqueñí parece que se ha convertido en un triunfo político y cultural de la izquierda, si no es que hasta en un cobro de facturas del PRD. ¿Por qué de la nada, a propuesta inicial del PRI, el PRD abrazó como suya y potenció la causa de la despenalización del aborto en el DF?
La respuesta a esa interrogante tiene que ver con el juego de fuerzas entre la izquierda que gobierna la capital del país y la derecha en el poder presidencial, en la etapa posterior a la polarizada elección presidencial de julio pasado. ¿Era una prioridad la legalización del aborto? ¿Era un reclamo urgente de miles o millones de capitalinos? La respuesta es un rotundo no. ¿Entonces por qué razón fue promovido como prioridad legislativa por el PRD, como si no existieran verdaderas prioridades?
Porque frente a la penosa y dolorosa derrota electoral de ese partido, era urgente una victoria con sabor a venganza. ¿Y cual era la causa estandarte del PAN, de los grupos conservadores y de la derecha extrema, si no el rechazo al aborto? Era urgente para el PRD, para grupos como el de Los Chuchos -a quienes se debe acreditar la paternidad de la criatura-, el oxígeno salvador de una victoria política, además del dulce sabor de la venganza. Y le pegaron al PAN y a la derecha, a la Iglesia católica, en la línea de flotación, en la legalización del aborto. Pero apenas ganaron una batalla.