El juego de la gallina.
Andrés Manuel López Obrador está haciendo un mal cálculo político al pretender que todos en el PRD están dispuestos a inmolarse por él.
Con la ola de indignación creciente en la ciudad de México por el inicio de las tácticas disruptivas puestas en práctica por los seguidores de Andrés Manuel López Obrador esta semana, para muchos pasó seguramente inadvertido que el caudillo perredista, para explicar sus acciones, asegurara que no son "rebeldes sin causa". Esta frase parece inocua, pero ¿refleja un método bien calculado de quien ha hecho de la confrontación un ejercicio exitoso a lo largo de su vida y no un simple disparate de alguien que busca fugarse hacia adelante?
Hay una proyección freudiana en esa frase, que fue el nombre de una película -Rebeldes sin Causa- filmada en Hollywood en 1955, la cual mostraba a unos jóvenes, echados a perder, que se robaban automóviles para divertirse con un juego que llamaban "la carrera de la gallina". El juego consistía en dos jóvenes manejando uno contra otro a toda velocidad por una pendiente, y resistir al máximo antes de saltar del vehículo al llegar a la orilla antes de desbarrancarse. La película cobró mayor fama cuando su protagonista, James Dean, murió en un accidente de automóvil poco después del estreno.
El juego de "la carrera de la gallina" nunca fue muy popular, por obvias razones, y se le vinculaba directamente con la delincuencia juvenil. No se ve cómo hubiera podido trascender, de no ser porque uno de los grandes pensadores del siglo XX, Bertrand Russell, utilizó la metáfora de la gallina para explicar la detente nuclear en su libro Sentido común y la guerra nuclear, que apareció publicado en 1959. A partir de ahí forma parte de la matrícula en teoría de juegos, que habla del dilema que lleva a decidir entre la posibilidad de la destrucción mutua o ser un cobarde.
Para entenderlo, hay que recordar cómo era "la carrera de la gallina", en donde cada uno de los jóvenes calculaba su reacción y el momento en que giraría su auto para evitar caer al precipicio. El momento de la verdad era cuando tenían que tomar la decisión entre dar marcha o resistir más tiempo en el camino a la muerte que era su contrincante. La decisión, como apuntan quienes han estudiado este juego, es irrevocable, y se hace sin conocer cuál será la decisión de su rival. No hay forma tampoco de influir al otro, y su determinismo hacia la muerte apuesta a que el otro se arrepienta.
Lo peor que puede suceder en este juego es que ninguno ceda, por lo que ambos se enfilarán con sus autos hacia el despeñadero de la muerte. Lo mejor que puede suceder es que uno ceda, a quien se le queda el mote de "gallina", que sería un eufemismo de cobarde, mientras que el otro ya no tiene que seguir probando nada porque habrá derrotado a su adversario. La opción, real, de que ambos aborten en el mismo momento, mostraría una cooperación entre ambos, donde no habría vencedor ni vencido, que es el resultado más temido en "la carrera de la gallina", pues significa que la apuesta que corren no les garantizó obtener los frutos esperados. Este es un juego de alto riesgo, donde la principal característica es que los jugadores realmente desean hacer lo opuesto a lo que están haciendo, por lo que no hay forma alguna de tener certidumbre sobre lo que el adversario hará. Aquí todo queda en el aire de lo incierto: ¿se doblará el rival? Si no lo hace, la estrategia se habrá convertido en un desastre.
Esta es la estrategia aparente de López Obrador, quien ha llevado la elección presidencial al punto de no retorno. Toda su vida ha jugado "la carrera de la gallina" y sus contrincantes se han doblegado. Dos momentos lo han definido. El primero, cuando perdió la elección para gobernador en Tabasco en 1994 y desarrolló marchas de petroleros hacia la ciudad de México y plantones en el zócalo capitalino. Violó las leyes de comunicación y cometió destrucción en propiedad privada, pero el gobierno federal prefirió no proceder legalmente en su contra, lo toleró e incluso el jefe del entonces Departamento del Distrito Federal, Manuel Camacho Solís, pagó la manutención de los petroleros cuantas veces fue necesario, bajo la lógica de que era mejor un mal acuerdo que la inestabilidad. El segundo, el año pasado, cuando un desacato a la ley fue utilizado por el gobierno federal para llevar al máximo las acciones políticas en su contra, logrando negociar el desafuero en la Cámara de Diputados y, en el momento en que tenía que ejecutar la orden de arresto, ante una multitudinaria protesta en apoyo a López Obrador, el presidente Vicente Fox decidió dar marcha atrás a su estrategia jurídica y reculó políticamente.
La diferencia en esos dos episodios paradigmáticos en la biografía política de López Obrador con el momento actual que vive al propiciar el estrangulamiento de la ciudad de México y tensar al máximo la presión política para buscar influir en el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, encargado de calificar la elección presidencial, es que en los dos primeros el enemigo siempre estuvo claro: el poder opuesto a él, en terrenos perfectamente definidos como en el juego de "la carrera de la gallina". En el último, puesto en práctica esta semana, llevó los desafíos a través de un camino pantanoso. Aunque sigue enfrentado a los poderosos opuestos a él, enfrenta factores adicionales que no tenía previamente: la presión contra el Tribunal Electoral a obligarlo a hacer lo que él desea, que declare inválida la victoria de Felipe Calderón el 2 de julio, se monta en la capacidad del PRD y su determinación política a respaldarlo a como dé lugar hasta las últimas consecuencias. Es decir, lo que en teoría de juegos se identifica en el dilema de la gallina como la mutua destrucción, en su apuesta de estos días la destrucción no necesariamente será mutua, sino contra su propio partido y algunos de sus cuadros más brillantes.
La estrategia le costó muy caro. Casi 500 millones de pesos en pérdidas económicas y comerciales, la cancelación de 10% de la ocupación hotelera y un repudio generalizado, inclusive de muchos que votaron por él. Pero no ha terminado el suicidio de López Obrador, quien está exigiendo a todos los gobernantes, diputados y senadores electos del PRD que no asuman sus cargos de elección popular y que se sumen a su lucha hasta que también le entreguen la Presidencia. La exigencia de López Obrador es un llamado a la rebelión política que, de concretarse, habrá clausurado el potencial del PRD para avanzar sobre los 15 millones de votos conseguidos en esta elección. Su candidato los tiene secuestrados, jugando "la carrera de la gallina" con un pasajero adicional e inopinado junto a él, el PRD, al que le pide saltar al precipicio. Ya no está en él, sino en la izquierda en su conjunto, aceptar el suicidio colectivo o cortarse el cordón umbilical, hacer política y acotar en él los chantajes a la nación.
Con la ola de indignación creciente en la ciudad de México por el inicio de las tácticas disruptivas puestas en práctica por los seguidores de Andrés Manuel López Obrador esta semana, para muchos pasó seguramente inadvertido que el caudillo perredista, para explicar sus acciones, asegurara que no son "rebeldes sin causa". Esta frase parece inocua, pero ¿refleja un método bien calculado de quien ha hecho de la confrontación un ejercicio exitoso a lo largo de su vida y no un simple disparate de alguien que busca fugarse hacia adelante?
Hay una proyección freudiana en esa frase, que fue el nombre de una película -Rebeldes sin Causa- filmada en Hollywood en 1955, la cual mostraba a unos jóvenes, echados a perder, que se robaban automóviles para divertirse con un juego que llamaban "la carrera de la gallina". El juego consistía en dos jóvenes manejando uno contra otro a toda velocidad por una pendiente, y resistir al máximo antes de saltar del vehículo al llegar a la orilla antes de desbarrancarse. La película cobró mayor fama cuando su protagonista, James Dean, murió en un accidente de automóvil poco después del estreno.
El juego de "la carrera de la gallina" nunca fue muy popular, por obvias razones, y se le vinculaba directamente con la delincuencia juvenil. No se ve cómo hubiera podido trascender, de no ser porque uno de los grandes pensadores del siglo XX, Bertrand Russell, utilizó la metáfora de la gallina para explicar la detente nuclear en su libro Sentido común y la guerra nuclear, que apareció publicado en 1959. A partir de ahí forma parte de la matrícula en teoría de juegos, que habla del dilema que lleva a decidir entre la posibilidad de la destrucción mutua o ser un cobarde.
Para entenderlo, hay que recordar cómo era "la carrera de la gallina", en donde cada uno de los jóvenes calculaba su reacción y el momento en que giraría su auto para evitar caer al precipicio. El momento de la verdad era cuando tenían que tomar la decisión entre dar marcha o resistir más tiempo en el camino a la muerte que era su contrincante. La decisión, como apuntan quienes han estudiado este juego, es irrevocable, y se hace sin conocer cuál será la decisión de su rival. No hay forma tampoco de influir al otro, y su determinismo hacia la muerte apuesta a que el otro se arrepienta.
Lo peor que puede suceder en este juego es que ninguno ceda, por lo que ambos se enfilarán con sus autos hacia el despeñadero de la muerte. Lo mejor que puede suceder es que uno ceda, a quien se le queda el mote de "gallina", que sería un eufemismo de cobarde, mientras que el otro ya no tiene que seguir probando nada porque habrá derrotado a su adversario. La opción, real, de que ambos aborten en el mismo momento, mostraría una cooperación entre ambos, donde no habría vencedor ni vencido, que es el resultado más temido en "la carrera de la gallina", pues significa que la apuesta que corren no les garantizó obtener los frutos esperados. Este es un juego de alto riesgo, donde la principal característica es que los jugadores realmente desean hacer lo opuesto a lo que están haciendo, por lo que no hay forma alguna de tener certidumbre sobre lo que el adversario hará. Aquí todo queda en el aire de lo incierto: ¿se doblará el rival? Si no lo hace, la estrategia se habrá convertido en un desastre.
Esta es la estrategia aparente de López Obrador, quien ha llevado la elección presidencial al punto de no retorno. Toda su vida ha jugado "la carrera de la gallina" y sus contrincantes se han doblegado. Dos momentos lo han definido. El primero, cuando perdió la elección para gobernador en Tabasco en 1994 y desarrolló marchas de petroleros hacia la ciudad de México y plantones en el zócalo capitalino. Violó las leyes de comunicación y cometió destrucción en propiedad privada, pero el gobierno federal prefirió no proceder legalmente en su contra, lo toleró e incluso el jefe del entonces Departamento del Distrito Federal, Manuel Camacho Solís, pagó la manutención de los petroleros cuantas veces fue necesario, bajo la lógica de que era mejor un mal acuerdo que la inestabilidad. El segundo, el año pasado, cuando un desacato a la ley fue utilizado por el gobierno federal para llevar al máximo las acciones políticas en su contra, logrando negociar el desafuero en la Cámara de Diputados y, en el momento en que tenía que ejecutar la orden de arresto, ante una multitudinaria protesta en apoyo a López Obrador, el presidente Vicente Fox decidió dar marcha atrás a su estrategia jurídica y reculó políticamente.
La diferencia en esos dos episodios paradigmáticos en la biografía política de López Obrador con el momento actual que vive al propiciar el estrangulamiento de la ciudad de México y tensar al máximo la presión política para buscar influir en el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, encargado de calificar la elección presidencial, es que en los dos primeros el enemigo siempre estuvo claro: el poder opuesto a él, en terrenos perfectamente definidos como en el juego de "la carrera de la gallina". En el último, puesto en práctica esta semana, llevó los desafíos a través de un camino pantanoso. Aunque sigue enfrentado a los poderosos opuestos a él, enfrenta factores adicionales que no tenía previamente: la presión contra el Tribunal Electoral a obligarlo a hacer lo que él desea, que declare inválida la victoria de Felipe Calderón el 2 de julio, se monta en la capacidad del PRD y su determinación política a respaldarlo a como dé lugar hasta las últimas consecuencias. Es decir, lo que en teoría de juegos se identifica en el dilema de la gallina como la mutua destrucción, en su apuesta de estos días la destrucción no necesariamente será mutua, sino contra su propio partido y algunos de sus cuadros más brillantes.
La estrategia le costó muy caro. Casi 500 millones de pesos en pérdidas económicas y comerciales, la cancelación de 10% de la ocupación hotelera y un repudio generalizado, inclusive de muchos que votaron por él. Pero no ha terminado el suicidio de López Obrador, quien está exigiendo a todos los gobernantes, diputados y senadores electos del PRD que no asuman sus cargos de elección popular y que se sumen a su lucha hasta que también le entreguen la Presidencia. La exigencia de López Obrador es un llamado a la rebelión política que, de concretarse, habrá clausurado el potencial del PRD para avanzar sobre los 15 millones de votos conseguidos en esta elección. Su candidato los tiene secuestrados, jugando "la carrera de la gallina" con un pasajero adicional e inopinado junto a él, el PRD, al que le pide saltar al precipicio. Ya no está en él, sino en la izquierda en su conjunto, aceptar el suicidio colectivo o cortarse el cordón umbilical, hacer política y acotar en él los chantajes a la nación.
Raymundo Riva Palacio
02 de agosto de 2006
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