domingo, diciembre 31, 2006

Saddam

La ejecución de Saddam Hussein es un corolario caro desde cualquier punto de vista. Nadie puede negar sus crímenes -por cierto no distintos de los de tantos sátrapas que pululan en el planeta-, pero para castigarlo, Estados Unidos inició una guerra que ha cobrado la vida de más de 3 mil de los suyos y de decenas de miles de iraquíes, en buena medida civiles, porque Irak tiene lo que otros territorios olvidados no: petróleo.

Se fue a la guerra en la antigua Mesopotamia sin el aval del Consejo de Seguridad de la ONU, bajo pretextos falaces. Primero se habló de que Hussein había apoyado al grupo del saudita Osama bin Laden, que dirigió el brutal ataque del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York y Washington; luego se adujo un supuesto acopio de armas de destrucción masiva, los abusos del gobierno autoritario y finalmente la urgencia de implantar una democracia estilo occidental.

Mentira todo. George W. Bush quería la cabeza de Hussein y la obtuvo, ¡pero a qué costo!

De la buena voluntad generalizada respecto al derecho de EU a la defensa proporcional ante el ataque sufrido, resumida en el cabezal del periódico francés Le Monde: "Todos somos americanos", se pasó a una condena generalizada por la invasión a Irak, y a la suspicacia de que su origen pasa por la adicción de la Unión Americana al petróleo. EU consume la cuarta parte de la producción mundial del hidrocarburo, para mover sus transportes, encender sus calefactores, dotar de electricidad y energía todas su actividades cotidianas y allegarse el crudo para mantener andando su enorme economía.

Ahora, con un pie en Afganistán y otro en la península arábiga, EU tiene acceso a los yacimientos petrolíferos de todo el Medio Oriente, a la vez que puede vigilar las reservas rusas del mar Caspio, que surte a la Unión Europea. Allí, ellos, los europeos, tienen sus propios problemas porque el presidente ruso Vladimir Putin ya amenazó con cerrarles el gasoducto que satisface su propia adicción a los hidrocarburos. La historia documenta cómo las naciones dominantes encuentran siempre motivos plausibles para encubrir sus propósitos verdaderos: la religión, la democracia, la pureza étnica, los ideales o todos juntos.

También sabemos de qué modo los triunfadores en cualquier guerra, así sea en una "preventiva", ese concepto inventado alrededor de la invasión a Irak, aplican correctivos de los que ellos serían sujetos en las condiciones contrarias.

En un famoso documental, La niebla de la guerra, Robert S. McNamara, secretario de la Defensa del presidente John F. Kennedy, y quien durante la Segunda Guerra Mundial tenía a su cargo los planes para maximizar bajas japonesas, avala esta afirmación del general Curtis Le May. "Si nos hubieran derrotado, nos habrían llevado ante la justicia por crímenes de guerra", y añade: "Creo que tienen razón (...) ¿por qué si pierdes es inmoral y no lo es si ganas?"

Lo edificante no es matar a los asesinos, sino reparar lo que destruyeron. El pueblo iraquí es hoy víctima por doble vía de esta tragedia, primero a manos del dictador y ahora, del invasor.

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