sábado, diciembre 02, 2006

PRD: el fracaso

Itinerario Político
Ricardo Alemán
30 de noviembre de 2006

“Si creen que nos vamos a rendir, se equivocan, no nos vamos a rendir”. La anterior es una declaración que en muchos medios ofreció el jefe de los diputados del PRD, Javier González Garza, cuando le preguntaron la razón por la que su partido se empeña en impedir, a costa de lo que sea, que Felipe Calderón proteste como presidente constitucional frente al Congreso.

Para muchos la postura del Güero González Garza es una respuesta valiente, correcta y que sintetiza el rechazo a los presuntos agravios de que habrían sido víctimas —en la pasada elección presidencial— el PRD, su candidato presidencial y la izquierda mexicana en general. Dura, valiente y congruente la declaración del jefe de la bancada del PRD, dicen unos, en tanto que otros la resumen con el clásico: “Tengan, para que aprendan”.

Pero esa declaración, como muchas expresadas por los jefes del PRD —respecto al ceremonial que por mandato constitucional se deberá llevar a cabo mañana viernes en San Lázaro—, va más allá de un berrinche, una ocurrencia o un suicidio político de ese partido. Debe verse como el fracaso del proyecto político-electoral de esa izquierda institucional, que nació hace 17 años precisamente como un instrumento político fundamental para impulsar la “revolución democrática”, y que en sus juventudes se ha convertido en el principal obstáculo para la democracia que dijeron estar empeñados en construir.

González Garza y sus leales, fanáticos de su caudillo y creyentes del cuento del fraude, no sólo se equivocan con esas declaraciones, sino que muestran el talante de su cultura democrática. Olvidan que la democracia no es un estado de ánimo, un reflejo hepático, y menos el rencor acumulado por supuestos o reales agravios. Es un conjunto de reglas de convivencia, en donde mandan las mayorías y las partes que aceptan el contrato social están obligados a respetar las reglas dadas. Pero además, para que se haga posible la democracia es indispensable que las partes cuenten con una cultura democrática, la de saber ganar y perder.

El PRD nació como producto del fraude electoral de 1988, elecciones en donde la izquierda agrupada en el FDN fue arrollada por un proceso inequitativo, abusivo, amañado, con órganos electorales en manos del gobierno y medios de comunicación al servicio del poder en turno. El PRD nació como instrumento para cambiar ese estado de cosas. Y junto con el resto de partidos lo consiguió en 1996, cuando se logró la equidad para los contendientes en procesos electorales, se ciudadanizaron los órganos electorales, se abrieron los medios y se otorgó independencia al árbitro electoral. Ese cambio en las reglas dio como resultado que en el año 2000 el PRI fuera echado del poder.

Esas mismas reglas se aplicaron en 2003 y en 2006 en todas las elecciones federales. Pero el PRD sólo cuestionó la elección presidencial que, dijo, fue producto de un fraude —que nunca probó—, y a partir de ahí se propuso desestabilizar al gobierno surgido de esa elección. ¿Por qué ese intento desestabilizador? Porque se dice agraviado. ¿Cuál es el supuesto o real agravio? Que Fox, empresarios de dentro y fuera, y la perversa derecha metieron las manos en la elección. Esa denuncia fue tomada en cuenta por el Tribunal Electoral, que aceptó la intromisión pero consideró que no había sido suficiente para anular la elección y que era improcedente el recuento total de votos.

Entonces el PRD cuestionó la honestidad e imparcialidad del TEFPJ, del IFE, y hasta de sus representantes de casilla. Pero nunca aceptó que jugó con esas reglas, que pueden ser imperfectas pero son las que existen. El problema de fondo es que el PRD siempre creyó que tenía ganada la elección, nunca imaginó la derrota. Nunca reconocerá que perdió no tanto por las imperfecciones de la ley, por las intromisiones externas, sino por los errores de su candidato. Y de la derrota electoral pasó a la derrota de su historia, su cultura y, al final de cuentas, del proyecto histórico del PRD. ¿Por qué? Porque muestra que no es un partido democrático y que sus líderes no son demócratas.

Cuando reaccionan con espectáculos circenses como impedir el informe, la proclama del “legítimo”; cuando de manera irresponsable e inconstitucional pretenden impedir que Calderón proteste frente al Congreso, “porque no nos van a rendir”, en el PRD reducen la democracia a un estado de ánimo, una rabieta, un reflejo hepático y, al final, una farsa. Caminan en sentido contrario al espíritu fundacional del PRD y recurren a la violencia política, al golpe de Estado, a la fuerza, herramientas empleadas por el viejo PRI, partido y cultura política que dijeron combatir. Por imperfectas que sean las reglas del juego, se empeñan en no aceptarlas, pero se niegan a reformarlas.

Y no se trata de “rendirse” —Cárdenas nunca se rindió—, sino de aceptar los errores, de reconocer su papel fundamental en el perfeccionamiento de las leyes electorales y su responsabilidad frente a millones que creyeron en ellos. Podrán vengar su derrota, pero derrotarán a su historia y el proyecto más importante de la izquierda mexicana. Que con su PAN se lo coman.

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