Ideas: Ineptitud aniquiladora — otro título para película
¿Cómo se podrá sentir consigo mismo el individuo a cuyas manos llegó la película Rain Man y le tocó traducir el título al español? ¿Se acuerdan? Es esa película en la que sale Tom Cruise como hermano de Dustin Hoffman, que es autista y no puede pronunciar su nombre: Raymond; por lo tanto, se nombra a sí mismo como «Rainman».
Como ven, el escritor tuvo una razón, y muy buena, para titular la película: Rain Man. Sin embargo, el personaje que tradujo el título no tuvo empacho en titularla Cuando los hermanos se encuentran. Y yo me pregunto: ¿se sentirá conforme con ese título?, ¿podrá dormir sin remordimientos por las noches?, ¿cómo pudo haberle caído esa responsabilidad a un individuo tan inepto?, ¿cómo alguien puede perpetuar un título así para una película? y, más aún, ¿de dónde sacó la genialidad de que era un buen título ese de Cuando los hermanos se encuentran, por más que fueran hermanos y por más que de pronto se encuentren?
Lo más preocupante de todo es que éste no fue un hecho aislado y malogrado, sino que así sucede con cientos de películas cuyo título original está en inglés o en cualquier otro idioma. La mayoría de ellas sufre el destino de toparse con un tipo cuya chamba es traducir al español, ponerle lo primero que le viene en gana, o lo que sale en la sección amarilla, o lo que su hijo de seis años le sugirió, obviamente haciendo caso omiso de las intenciones originales del guionista, del director o de la productora y, simplemente, así como así, volver a titular la película, marcándola para siempre con un nombre que es, a veces absurdo, otras surrealista, las más de las veces totalmente desligado de la historia y la trama originales y, en el mejor de los casos, poco creativo y nada original.
Para darles una probadita y hacerlos sentir el mismo sentimiento de rabia e indignación que yo he experimentado cientos de veces, aquí van algunos muy conocidos filmes que han padecido la mano asesina de su pérfido intitulador hispano como Tequila Sunrise: «Traición al amanecer», American Graffiti: «Locura de verano», Easyrider: «Busco mi destino», Two Bits: «Un día para recordar», Going South: «Con la soga al cuello», A Few Good Men: «Cuestión de honor», Pink Cadillac: «En la pista de los asesinos», Home Alone: «Mi pobre angelito».
El proceso de creación es una de las tareas más difíciles. En una película, por ejemplo, hay un escritor y un guionista —que muchas veces son la misma persona. El que escribe concibe la idea original de la historia y se obsesiona con la trama; crea y nombra a los personajes. El que crea el guión, por su parte, crea la piedra angular de cualquier película: si no hay guión, no hay película, incluso se dice que un gran guión hace a un gran director.
Como en una novela o en cualquier obra de arte, pintura, canción, escultura, etcétera, el título de una película es fundamental y no es sino el propio autor quien debe nombrarla.
¿De dónde salen estos genios de la traducción que se atreven a cambiar totalmente el título? ¿Serán siniestros y maquiavélicos o simplemente pendejos e ineptos? ¿Estarán pagados por la cia o serán burócratas cuyas neuronas no dan pa’ más? Es un hecho que el nombre debe traducirse, pero después de una reflexión, si no tan profunda como la del autor, por lo menos suficiente para lograr obtener un título que sea lo más apegado a la idea original.
No podemos olvidar que hay algunos casos de éxito en este proceso de «traduttore-traditore» a nivel cinematográfico, como la famosa película de Bruce Willis Die Hard, que obtuvo el no tan inadecuado título de Duro de matar. Puede no ser grandioso, puede gustar o no, pero realmente es transparente al que le puso su autor y así debe quedarse. También tenemos otros títulos apegados al original, como Lethal Weapon: Arma mortal, Fatal Attraction: Atracción fatal o Basic Instincts: Bajos instintos.
Pero, ¿por qué le atinaron? ¿No será que estos pocos aciertos se dieron porque los títulos originales cumplían con el tan gustado binomio de un adjetivo y un sustantivo combinados, que son ideales para conseguir la tan anhelada memorabilidad? La estupidez ilimitada de los malhechores les invita a asignar constantemente sintagmas aberrantes que emulan este tipo de binomios, en casos como Sea of Love: «Prohibida obsesión», —¿por qué?, ¿díganme por qué?—; Green Mile: «Milagros inesperados»; Good Will Hunting: «Mente indomable»; Breaking Up: «Amor inconcluso»; Jane Eyre: «Amor inolvidable».
Tal pareciera que los tituladores tuvieran un listado con dos columnas; una con la palabra amor u obsesión, y otra con adjetivos como fatal, mortal, prohibido, etcétera, y solamente tacharan los que ya usaron. Nótese, además, que no les importa cambiar el título a una película basada en una obra literaria o dramática reconocida, como en el caso de Jane Eyre de Charlotte Brontë. Tampoco les importa tener errores de traducción, como llamar a la película The Cell: «La célula», cuando en realidad era La celda.
Quiero suponer que estas «acertadísimas» combinaciones adjetivadas son usadas con la intención de aumentar el atractivo publicitario de la obra cinematográfica y de lograr que la audiencia acuda en oleadas a verla. Pero temo decirle a estos tituladores ambulantes que su idea puede funcionar para algunos, pero no para todos. Es cierto que existe una masa idiotizada que va al cine sin saber qué va a ver, pero también existe un grupo de personas que intelige el título en su idioma natural y merece respeto. Este grupo de personas, hasta hoy, hace caso omiso al nefasto título que se le dio en español y se refiere a ella siempre en el original. Éste es el caso de magníficas películas, como Pulp Fiction: «Tiempos violentos», Poltergeist: «Juegos diabólicos», Full Monty: «Todo o nada», Top Gun: «Pasión y gloria», o Swordfish: «Acceso autorizado».
Los errores son tantos y tan patéticos que se da el caso de que una película que originalmente se llama Crossroads se titule, en español, «Amigas por siempre»; mientras otra, totalmente diferente en su trama, titulada The Cure, se llame «Amigos por siempre». Según ellos, es lo mismo ver «Amigas por siempre», bodrio de quinta protagonizado por la oligofrénica Britney Spears, que «Amigos por siempre», una entrañable y disfrutable película del director Peter Horton.
Los problemas son realmente mayúsculos en las obras que llevan por título nombres propios. En este caso, yo les suplico que se ahorren el trabajo de «pensar» y le dejen —por piedad y en beneficio de nuestros hígados— el mismo nombre. Por favor, no nos agobien con su talento, señores, limítense al nombre propio original, que por algo se lo pusieron, y no destrocen la idea de base, como lo hicieron con Jerry Maguire: «Amor y desafío», Iris: «Recuerdos imborrables», y —¡horror!— Thelma and Louise: «Un final inesperado».
Este mal ya es una tradición que se vive en México desde hace décadas, recordemos películas como The Sound of Music (1965), que sufrirá por siempre el cursísimo título de «La novicia rebelde», o Soylent Green (1973), que quedará marcada de por vida con el inefable «Cuando el destino nos alcance». Lo mismo va a ocurrirle a dos excelentes películas del 2002 que tuvieron que padecer la ineptitud de tan impedidos personajes, Wonder Boys: «Loco fin de semana», que no es loco ni sucede en fin de semana, o Monster’s Ball: «El pasado los condena», cuya trama muestra precisamente lo contrario, que el pasado es algo que no tiene por qué ser decisivo y puede redimirse en cualquier momento.
De esta ineptitud aniquiladora no se ha salvado nadie, ni los mejores filmes, ni tampoco directores de primer nivel. Tal es el caso de Stanley Kubrick, con su Full Metal Jacket, que para los mexicanos acabó siendo «Cara de guerra»; Woody Allen, con su genial Annie Hall, cuyo título lamentamos hasta hoy: «Dos extraños amantes», o David Lynch, que ha soportado estoicamente títulos más surrealistas que sus propias películas, o como Mulholland Drive: «Sueños, misterios y secretos».
Para combatir esta absurdidad irredenta, sólo nos queda una salida; los pocos que realmente creemos en el cine y lo disfrutamos, seguiremos refiriéndonos a ellas por su título original. Por favor, unámonos y neguémonos a nombrarlas por el título del señor sin cara que nos hace la vida imposible y el hígado papilla. Para muestra, empecemos con películas como: Snatch y Trainspotting, obras de arte geniales y maravillosas y hagamos un pacto para nunca, nunca, jamás, bajo ninguna circunstancia, referirnos a ellas como «Cerdos y diamantes» o «La vida en el abismo». Se los pido encarecidamente, aunque no entendamos el idioma original, aunque no sepamos pronunciar el título, aunque no entendamos para nada lo que significa, aunque pueda parecer una «pochada», díganlo en inglés o con el nombre que quieran, como sea, pero nunca repitan el inefable título que tanto las ofende.
¿Cómo se podrá sentir consigo mismo el individuo a cuyas manos llegó la película Rain Man y le tocó traducir el título al español? ¿Se acuerdan? Es esa película en la que sale Tom Cruise como hermano de Dustin Hoffman, que es autista y no puede pronunciar su nombre: Raymond; por lo tanto, se nombra a sí mismo como «Rainman».
Como ven, el escritor tuvo una razón, y muy buena, para titular la película: Rain Man. Sin embargo, el personaje que tradujo el título no tuvo empacho en titularla Cuando los hermanos se encuentran. Y yo me pregunto: ¿se sentirá conforme con ese título?, ¿podrá dormir sin remordimientos por las noches?, ¿cómo pudo haberle caído esa responsabilidad a un individuo tan inepto?, ¿cómo alguien puede perpetuar un título así para una película? y, más aún, ¿de dónde sacó la genialidad de que era un buen título ese de Cuando los hermanos se encuentran, por más que fueran hermanos y por más que de pronto se encuentren?
Lo más preocupante de todo es que éste no fue un hecho aislado y malogrado, sino que así sucede con cientos de películas cuyo título original está en inglés o en cualquier otro idioma. La mayoría de ellas sufre el destino de toparse con un tipo cuya chamba es traducir al español, ponerle lo primero que le viene en gana, o lo que sale en la sección amarilla, o lo que su hijo de seis años le sugirió, obviamente haciendo caso omiso de las intenciones originales del guionista, del director o de la productora y, simplemente, así como así, volver a titular la película, marcándola para siempre con un nombre que es, a veces absurdo, otras surrealista, las más de las veces totalmente desligado de la historia y la trama originales y, en el mejor de los casos, poco creativo y nada original.
Para darles una probadita y hacerlos sentir el mismo sentimiento de rabia e indignación que yo he experimentado cientos de veces, aquí van algunos muy conocidos filmes que han padecido la mano asesina de su pérfido intitulador hispano como Tequila Sunrise: «Traición al amanecer», American Graffiti: «Locura de verano», Easyrider: «Busco mi destino», Two Bits: «Un día para recordar», Going South: «Con la soga al cuello», A Few Good Men: «Cuestión de honor», Pink Cadillac: «En la pista de los asesinos», Home Alone: «Mi pobre angelito».
El proceso de creación es una de las tareas más difíciles. En una película, por ejemplo, hay un escritor y un guionista —que muchas veces son la misma persona. El que escribe concibe la idea original de la historia y se obsesiona con la trama; crea y nombra a los personajes. El que crea el guión, por su parte, crea la piedra angular de cualquier película: si no hay guión, no hay película, incluso se dice que un gran guión hace a un gran director.
Como en una novela o en cualquier obra de arte, pintura, canción, escultura, etcétera, el título de una película es fundamental y no es sino el propio autor quien debe nombrarla.
¿De dónde salen estos genios de la traducción que se atreven a cambiar totalmente el título? ¿Serán siniestros y maquiavélicos o simplemente pendejos e ineptos? ¿Estarán pagados por la cia o serán burócratas cuyas neuronas no dan pa’ más? Es un hecho que el nombre debe traducirse, pero después de una reflexión, si no tan profunda como la del autor, por lo menos suficiente para lograr obtener un título que sea lo más apegado a la idea original.
No podemos olvidar que hay algunos casos de éxito en este proceso de «traduttore-traditore» a nivel cinematográfico, como la famosa película de Bruce Willis Die Hard, que obtuvo el no tan inadecuado título de Duro de matar. Puede no ser grandioso, puede gustar o no, pero realmente es transparente al que le puso su autor y así debe quedarse. También tenemos otros títulos apegados al original, como Lethal Weapon: Arma mortal, Fatal Attraction: Atracción fatal o Basic Instincts: Bajos instintos.
Pero, ¿por qué le atinaron? ¿No será que estos pocos aciertos se dieron porque los títulos originales cumplían con el tan gustado binomio de un adjetivo y un sustantivo combinados, que son ideales para conseguir la tan anhelada memorabilidad? La estupidez ilimitada de los malhechores les invita a asignar constantemente sintagmas aberrantes que emulan este tipo de binomios, en casos como Sea of Love: «Prohibida obsesión», —¿por qué?, ¿díganme por qué?—; Green Mile: «Milagros inesperados»; Good Will Hunting: «Mente indomable»; Breaking Up: «Amor inconcluso»; Jane Eyre: «Amor inolvidable».
Tal pareciera que los tituladores tuvieran un listado con dos columnas; una con la palabra amor u obsesión, y otra con adjetivos como fatal, mortal, prohibido, etcétera, y solamente tacharan los que ya usaron. Nótese, además, que no les importa cambiar el título a una película basada en una obra literaria o dramática reconocida, como en el caso de Jane Eyre de Charlotte Brontë. Tampoco les importa tener errores de traducción, como llamar a la película The Cell: «La célula», cuando en realidad era La celda.
Quiero suponer que estas «acertadísimas» combinaciones adjetivadas son usadas con la intención de aumentar el atractivo publicitario de la obra cinematográfica y de lograr que la audiencia acuda en oleadas a verla. Pero temo decirle a estos tituladores ambulantes que su idea puede funcionar para algunos, pero no para todos. Es cierto que existe una masa idiotizada que va al cine sin saber qué va a ver, pero también existe un grupo de personas que intelige el título en su idioma natural y merece respeto. Este grupo de personas, hasta hoy, hace caso omiso al nefasto título que se le dio en español y se refiere a ella siempre en el original. Éste es el caso de magníficas películas, como Pulp Fiction: «Tiempos violentos», Poltergeist: «Juegos diabólicos», Full Monty: «Todo o nada», Top Gun: «Pasión y gloria», o Swordfish: «Acceso autorizado».
Los errores son tantos y tan patéticos que se da el caso de que una película que originalmente se llama Crossroads se titule, en español, «Amigas por siempre»; mientras otra, totalmente diferente en su trama, titulada The Cure, se llame «Amigos por siempre». Según ellos, es lo mismo ver «Amigas por siempre», bodrio de quinta protagonizado por la oligofrénica Britney Spears, que «Amigos por siempre», una entrañable y disfrutable película del director Peter Horton.
Los problemas son realmente mayúsculos en las obras que llevan por título nombres propios. En este caso, yo les suplico que se ahorren el trabajo de «pensar» y le dejen —por piedad y en beneficio de nuestros hígados— el mismo nombre. Por favor, no nos agobien con su talento, señores, limítense al nombre propio original, que por algo se lo pusieron, y no destrocen la idea de base, como lo hicieron con Jerry Maguire: «Amor y desafío», Iris: «Recuerdos imborrables», y —¡horror!— Thelma and Louise: «Un final inesperado».
Este mal ya es una tradición que se vive en México desde hace décadas, recordemos películas como The Sound of Music (1965), que sufrirá por siempre el cursísimo título de «La novicia rebelde», o Soylent Green (1973), que quedará marcada de por vida con el inefable «Cuando el destino nos alcance». Lo mismo va a ocurrirle a dos excelentes películas del 2002 que tuvieron que padecer la ineptitud de tan impedidos personajes, Wonder Boys: «Loco fin de semana», que no es loco ni sucede en fin de semana, o Monster’s Ball: «El pasado los condena», cuya trama muestra precisamente lo contrario, que el pasado es algo que no tiene por qué ser decisivo y puede redimirse en cualquier momento.
De esta ineptitud aniquiladora no se ha salvado nadie, ni los mejores filmes, ni tampoco directores de primer nivel. Tal es el caso de Stanley Kubrick, con su Full Metal Jacket, que para los mexicanos acabó siendo «Cara de guerra»; Woody Allen, con su genial Annie Hall, cuyo título lamentamos hasta hoy: «Dos extraños amantes», o David Lynch, que ha soportado estoicamente títulos más surrealistas que sus propias películas, o como Mulholland Drive: «Sueños, misterios y secretos».
Para combatir esta absurdidad irredenta, sólo nos queda una salida; los pocos que realmente creemos en el cine y lo disfrutamos, seguiremos refiriéndonos a ellas por su título original. Por favor, unámonos y neguémonos a nombrarlas por el título del señor sin cara que nos hace la vida imposible y el hígado papilla. Para muestra, empecemos con películas como: Snatch y Trainspotting, obras de arte geniales y maravillosas y hagamos un pacto para nunca, nunca, jamás, bajo ninguna circunstancia, referirnos a ellas como «Cerdos y diamantes» o «La vida en el abismo». Se los pido encarecidamente, aunque no entendamos el idioma original, aunque no sepamos pronunciar el título, aunque no entendamos para nada lo que significa, aunque pueda parecer una «pochada», díganlo en inglés o con el nombre que quieran, como sea, pero nunca repitan el inefable título que tanto las ofende.
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